viernes, 26 de diciembre de 2014

Esta, es una imagen que impresiona. Tan sólo representa a un indio sencillo, no a un gran jefe, y qué decir de lo profundo de su mirada, de la vida que se ve reflejada en ella. Probablemente se trate de un ser más humano y perfecto de lo que aspira a convertirse cualquier hombre del S. XXI, con una mirada vacía. El espíritu, la fuerza y el poder de la palabra, se destilan en esta instantánea. Un espíritu que es difícil encontrar hoy en día, salvo que uno frecuente ciertos colectivos, como árabes y gitanos, con ojos llenos de expresividad. El alma se está matando, al igual que el poder de la palabra, los usos, las costumbres y las religiones. No me extraña que el hombre de ahora no crea en nada de esto, pues por creer, no cree ni en sí mismo. No es que no tenga alma, es que se está desalmando poco a poco, llevado de la mano del positivismo científico. Muy probablemente, dentro de unos años, no le conozca ni la madre que le parió, como no se dé un proceso de catarsis.
El derecho, tambien se ha adulterado. Si bien antes se llevaban los usos y costumbres consuetudinarios en detrimento de lo verbal, ahora se ha pasado a una hipertrofia legislativa aplastante, todo cada vez más escrito y regulado por la norma jurídica. Por cada cuestión de nada, te sacan diez mil leyes. No es de extrañar en una civilización que ha dado de lado al poder de la palabra, de la honestidad, el civismo, los valores y el buen hacer, pasándose a obrar de mala fe. En lugar de ser civilizados, nos estamos en salvajes y bárbaros, más aún que en tiempos de las cavernas. Sí, señores, este es el milagro que obra el antropocentrismo a largo plazo.